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miércoles, 3 de agosto de 2011

“No le tengas miedo al sexo, así que ama y haz lo que quieras” (III)

 

El verdadero signo matrimonial se expresa en el cuerpo, en la corporalidad. Entender bien la corporalidad humana está lejos de reducir a 'sólo sexualidad' o de 'cosificar' a la persona.


REDACCIÓN HO.- Reanudamos nuestra serie sobre el libro "No le tengas miedo al sexo..." del autor polaco P. Knotz. Adentrarse en la realidad profunda del ser humano a través de la sexualidad, logra abrazar la unidad y libertad plenas a la que todo ser humano está llamado.
Reducir a la propia persona a la 'cosificación' trae como consecuencia, ignorar aspectos fundamentales que debería desarrollar toda persona, creyente o no creyente, es algo intrínseco a la propia naturaleza del hombre.
Tema tabú: el sexo matrimonial
En las revistas del corazón no se habla de lo que es realmente esencial en cualquier acto conyugal: del amor, de la unión, del enlace, de la entrega.
Se pone el acento en el orgasmo y el placer, pero no en el enlace y la unión entre dos personas. El matrimonio se ha convertido en un tabú, y en vez de esposos se habla de parejas, para que resulte más bonito para todos. Pero entre “marido” y “compañero sentimental”, entre “esposa” y “pareja” existe una enorme diferencia cualitativa.
El sacramento del Matrimonio no es sólo esa media hora pasada en la iglesia, sino que constituye toda la vida entera.
Dios se encarna, ese Dios desconocido e invisible desciende del Cielo a la Tierra y se hace presente en el enlace, en la unión entre los cónyuges. Y cuando los esposos se manifiestan amor, y por lo tanto están creando esa unión, están construyendo ese vínculo, entonces Dios viene a ellos. Y ese vínculo lo están creando cuando rezan juntos, cuando conversan sobre diferentes asuntos, incluso cuando discuten…Y cuando están haciendo el amor, cuando se besan y acarician.
A los esposos les une unos valores comunes, la voluntad de permanecer unidos, unos sentimientos que se dirigen recíprocamente, el echar de menos al otro, ese sentimiento de cercanía, el cariño, también los impulsos del cuerpo, todas esas ansias sexuales que están orientadas hacia la otra persona. En un enlace humano así entendido, que abarque todas las facetas de la vida del hombre, inclusive la sexualidad, se encarna Cristo.
Si los esposos se expresan amor mutuo, entonces el Señor les está manifestando su propio amor. Cada marido debería saber que cuando esta besando a su esposa, en ese momento se está realizando el sacramento del Matrimonio, está viniendo Dios.
El verdadero signo del Matrimonio se expresa en el cuerpo, en la corporalidad. La mujer y el hombre, para ser cónyuges sacramentales, se encuentran físicamente el uno frente al otro e invitan a Jesús de forma constante a su unión conyugal.
Para realizar el acto conyugal hay que estar corporalmente junto a la otra persona. Esta presencia corporal de dos personas crea ese signo de la venida del Señor. Los esposos están unidos corporalmente, están creando el vínculo, están velando el uno por el otro, se están amando de todas las maneras posibles, entonces viene Dios a ellos y se está realizando el sacramento del Matrimonio.
Oración por un buen sexo
Dios viene a los esposos cuando ellos le invitan a su vida cotidiana, a esa relación expresada mediante la corporalidad de ambos.
En la Biblia hay una serie de fragmentos que hablan del amor entre la mujer y el hombre. En el Cantar de los Cantares encontramos descripciones de un amor francamente erótico. Vemos como los asuntos humanos se mezclan con los asuntos divinos…
Con frecuencia contemplamos al ser humano de un modo unilateral. A veces la admiración por la belleza del cuerpo conduce a la conclusión errónea de que la biología está en condiciones de decirlo todo sobre el hombre. Entender que una humanidad plena se compone de cuerpo, mente sentimientos, intelecto, pero también de espiritualidad. El hombre es un ser espiritual desde su propio inicio. Esa espiritualidad puede manifestarse de diferentes maneras, pero en cada uno de nosotros está grabada la pregunta sobre Dios.
Para entender al hombre hay que describir su vida desde diferentes aspectos. Este carácter multifacético afecta también a la sexualidad, que no constituye únicamente una necesidad fisiológica cualquiera.
En la sexualidad humana lo que cuenta, sobre todo, es que se trata de una relación muy compleja con otro ser humano, la cual no consiste sólo en una fascinación por el placer. Se trata además de una fascinación por la cercanía de otra persona, por el amor de ella hacía mí y mío por ella. Al sentir esto, hay lugar asimismo para una experiencia religiosa.
Resulta muy liberador si una persona creyente refiere a Dios también sus asuntos sexuales.
La oración ayuda a abrirse mutuamente el uno al otro en esa dimensión espiritual más profunda, y ello hace que el sexo resulte todavía más sabroso.
A menudo los católicos piensan exactamente igual que los no católicos: el sexo es algo divertido, placentero, importante, pero no se incluye en él la presencia de Dios.
Devolved el sexo a los cristianos
La virtud cristiana de la templanza consiste en que los cónyuges se desvivan más el uno por el otro y se esfuercen por alegrarse mutuamente. Por ejemplo, la esposa se pone una lencería sexy y lo hace especialmente para su marido, ¿por qué no?, el acto conyugal es alegría, hay que poner en marcha el engranaje de la fantasía, para que esa alegría y ese placer sean lo mayor posible.
El cristianismo no puede edificarse sobre la base de una antítesis frente al mundo que no cree en Dios.
Es más fácil rechazar algo, pero más difícil descubrir nuestra propia identidad, que nace de nuestra relación con Jesucristo, y construir nuestra propia cultura, la cual posee su belleza y su bondad, y después puede, en cierta medida, influir en el mundo. Es más importante descubrir la propia belleza y ver que en la Tierra hay muchas cosas buenas que no están en contradicción, en absoluto, con el cristianismo, aunque puedan ser más populares fuera del mundo cristiano.
Es posible encontrar mucha ropa interior bonita y atractiva, incluso erótica, que pega mucho más con esta cultura del amor que propagan los cristianos. No hay que condenar y desterrar todas esas cosas que ayuden a estar más atractivos o tener la impresión de llegar a una especie de compromiso nauseabundo, de que me estoy metiendo en algo que la Iglesia no acepta.
Si reconocemos que algo nos resulta muy atractivo y agradable, y nos ayuda a construir el vínculo, y nos hace felices, y ni por asomo constituye pecado, entonces ¿por qué no aprovecharse de ello?
La mística del sexo
Necesitamos mirar con los ojos de la fe para descubrir esa presencia del Señor, sobre todo entre los cónyuges.
Cuando se descubre esta dimensión espiritual del sexo, a partir de ese momento los cónyuges cuidan más el uno por el otro. Hacer el amor se vuelve entonces siempre algo irrepetible, porque es más  profundo. El placer fisiológico tiene sus límites. Si se experimenta en un contexto de profundos sentimientos: de unidad, de amor, entonces tiene lugar en esa profunda paz del corazón, que es la paz de Cristo, de la cual continuamente nos está hablando el Evangelio: “¡Mi paz os doy!”.
Una experiencia parecida de paz profunda la están anticipando los esposos cuando se acercan el uno al otro con amor, ofreciéndose mutuamente, sobre todo durante el acto sexual. Otro fruto de un acto conyugal bueno, en virtud del sacramento del Matrimonio, lo constituye precisamente esa profunda paz interior. Justo en ese momento ha venido Cristo a los esposos. Ha estado en la cama junto con ellos.
Esto resulta algo imposible de imaginar para aquellas personas cuya experiencia de un encuentro con Dios se interrumpió a la altura de un niño de siete años. Cuando oyen hablar de Dios, se esperan a un viejecito con barba canosa. Y un anciano así sólo puede estar estorbando.
Cogerle gustillo al sexo
En general, darse cuenta de la presencia de Dios en la vida hace mejor a la gente. El hombre se vuelve mejor en el sentido de que está más sensible a las necesidades de su esposa y no piensa solamente en su propia satisfacción sexual, lo cual constituye un problema habitual masculino.
Y una esposa creyente, si descubre de nuevo el valor religioso del acto conyugal, recibe entonces una motivación enorme para cuidar el acto sexual. De esta manera, la mujer desarrolla más su feminidad, evidentemente para mayor felicidad del hombre.
Hace poco una mujer me decía que le gusta mucho cuando su esposo la besa en el cuello. Se lo contó a su marido, y él respondió que le había salido de pura casualidad, pero que a él eso no le gustaba. Y así se estaban equivocando. Ella había descubierto algo agradable, estimulante, sabía que mediante una caricia como esa se estaba sintiendo amada, pero el marido la estaba ignorando. Se trata de una esposa joven, pero para ella hacer el amor en absoluto resulta algo tan atractivo y agradable. Realiza muchas cosas por su marido, porque ve que es lo que necesita, lo ama y quiere que sea feliz con ella. Para el marido se trata de una menudencia, pero para ella de una señal importante de que él no quiere darse cuenta de sus necesidades. Si el marido fuera más delicado y sensible con la felicidad de ella, al instante se arreglaba su vida sexual.
Sin sexo no hay matrimonio
Para los hombres, amor siempre va a significar lo mismo que relación sexual, por lo que para ellos, rechazar el sexo va a equivaler a estar rechazando su amor. Para las mujeres el amor no debe manifestarse en absoluto mediante un acto sexual.
El marido, cuando le esta insinuando a su esposa que tiene ganas de acostarse con ella, en ese momento le esta comunicando que ella resulta atractiva para él, que es hermosa, que le excita sin parar, que él quiere estar con ella y no con ninguna otra mujer. Se trata de señales muy importantes para la mujer, ella las necesita y es muy sensible ante ellas. Le gusta cuando su marido la adora, cuando la quiere conquistar. Esta es una relación matrimonial normal y sana. Sin acto conyugal no hay matrimonio. Un matrimonio sin sexo equivale a un error garrafal: es no comprender la esencia del matrimonio.
Abstinencia sexual
Renunciar a las relaciones sexuales constituye una decisión de una gran fe. Sin haber tenido la experiencia del poder de Cristo, el ser humano no está en condiciones de dar un paso como este. Por eso a los matrimonios civiles (en el caso de católicos que quieran recibir los sacramentos) tampoco se les va a exigir que tomen rápido una decisión tan heroica. Pueden regresar a una plena comunión con la Iglesia si viven juntos no como un matrimonio, sino como dos amigos. Vivirán juntos, educaran a sus hijos y se amaran, pero no en un sentido sexual. En este ejemplo se ve qué importante resulta para cualquier matrimonio el acto conyugal, y de qué manera este es un factor que convierte a ambos en verdadero matrimonio.
El sexo prematrimonial o extramatrimonial consiste únicamente en una especie de usurpación de esa unidad a la cual sólo al matrimonio tiene pleno derecho. Una cuestión diferente sería que no cualquier matrimonio contraído formalmente constituye realmente un matrimonio, porque hay gente que, por diferentes motivos, son incapaces constantemente de construir una comunidad de amor y vida, un matrimonio.
Cuando un ser humano asume la decisión de que quiere ser fiel a otra persona hasta el final de su vida, que quiere tener hijos con ella, surge entonces un matrimonio, no necesariamente sacramental al instante. Pero si alguien se decide sólo a esto, a residir juntos, basándose en un “vamos a vivir juntos y luego ya veremos”, significa que no son un matrimonio, incluso ni en ese sentido en que lo previo Dios todavía antes de que apareciera Cristo y naciera la Iglesia.
Hay matrimonios civiles en los cuales los cónyuges se están siendo fieles, honestos y se están amando realmente en serio. Puede darse el caso de que quieran convertirse en un matrimonio sacramental, pero eso resulta imposible si ya habían estado antes casados por la Iglesia con alguien más.
Si Jesús los guía de manera que vayan a tener una fuerte sed de Dios, quizás entonces estén listos para renunciar a las relaciones sexuales. A veces Dios manifiesta que es más fuerte que las ansias y las necesidades humanas. Si obra en ellos de un modo tan potente, provocándoles una profunda hambre de unión con Jesucristo, entonces esas personas se van a santificar en ese camino. Constituye todo un misterio que la gente en esos tortuosos e insólitos caminos pueda alcanzar la santidad. Esas personas ansían a Jesús más que los otros que tienen acceso a Él sin impedimentos de ningún tipo, pero que no se están aprovechando de ello, porque o bien son unos tibios o bien unos indiferentes, y nunca han tratado su fe en serio.
La decisión de renunciar a las relaciones sexuales la toman aquellos casados por lo civil que están influidos por una gracia especial recibida. Ahí debe estar actuando poderosísimamente el Espíritu Santo.
Cita matrimonial
Merece la pena que el matrimonio, durante ese tiempo en el que no pueden mantener relaciones, se acuerden de qué es lo que hacían más a menudo cuando todavía eran novios. ¿Cómo se las apañaban entonces cuando tenían ganas de hacer el amor? Hoy en día este modelo de pureza prematrimonial puede resultar incomprensible para muchos.
Si esperaban con el acto conyugal, entonces se echaban de menos, ansiaban estar juntos, conversaban mucho, se esforzaban por ser atractivos para la otra persona. En un periodo de continencia sexual hay que buscar otra forma de unión diferente al acto conyugal, la cual atraiga también a los esposos entre ellos. Ese tiempo de abstinencia sexual les permite descubrirse como amigos, que son importantes para ambos y que los dos están ansiando esa cercanía sexual. Después esto influirá de un modo muy refrescante sobre su relación sexual.
Hay que intentar ver este tiempo de un modo positivo. En ese anhelo insatisfecho del acto conyugal, los esposos pueden descubrir su amor y su atracción mutua. El marido puede adorar más a su esposa; la esposa puede manifestar el cariño que siente hacia su esposo: van a estar construyendo el vínculo. Puede que hagan planes para irse de paseo o al cine, y eso que no resulta tan fácil salir de casa y estar pendiente del otro.
Durante el periodo de continencia es importante que los cónyuges procuren alegrarse con su presencia en un contexto de cierta nostalgia, de insatisfacción, de hambre, en el cual estar juntos adquiere un sabor especial. Constituye un tiempo muy creativo. Lo peor sería si se entendiera este tiempo como desaprovechado, como perdido, como un tiempo de constante frustración.
El sacramento del Matrimonio exige velar por las relaciones sexuales, para no alargar sin unas razones justificadas ese periodo de abstinencia. Una limitación natural la constituyen los ciclos de fertilidad e infertilidad de la mujer, y el marido debería respetarlos. Cualquier esposo posee tal naturaleza, que podría hacer el amor incluso a diario. Pero no aprendería a amar a su esposa si no respetara su ritmo de fertilidad. La frecuencia del acto conyugal la regula la biología, pero a renglón seguido nuestra propia madurez.
En esencia, se debería velar y hacer todo lo posible por realizar el acto conyugal con la mayor frecuencia posible.
Una cuestión diferente sería la calidad. Eso ya no resulta posible medirla, porque aquí la medida no es la fisiología, sino la humanidad.
¿Se están dando cuenta los esposos durante su acto conyugal de que son un regalo el uno para el otro, se sienten amados mutuamente, están cuidando de sí? Cuando están haciendo el amor, los cónyuges perciben claramente si su esposa o su esposo está pensando sólo en sí mismo o si en la otra persona, en sus deseos y anhelos. Aquí ya estaríamos palpando una experiencia espiritual que nace en lo profundo de los corazones. Todos los matrimonios han sido elegidos por Dios para experimentar un sexo espléndido, pero supone un misterio que unos aquí den fruto treinta veces; otros, sesenta; y otros, cien.
¿Cómo liberarse del mundo?
Hoy lo que la gente necesita es una renovación religiosa. Este mundo exterior se ha vuelto loco, necesitamos entrar en otro mundo, en otro reino que no es de este mundo.
“¿yo, para qué estoy viviendo?”. Como alguien no sepa para qué está viviendo, entonces posee una sensación de vacío y de no estar realizándose en la vida.
La renovación de cualquier ámbito de la vida comienza por cambiar la relación del hombre con Dios. En ese momento se abre otra visión de la vida, del matrimonio, de la relación mujer-hombre, etc.
Ejemplo: un chico tuvo varias novias y se acostaba con ellas. Cuando se produjo en él este despertar religioso, conoció a su siguiente novia, pero ahora piensa en ella en otros términos. No se acuesta con ella, se está planteando si ella a lo mejor podría convertirse en su esposa, está construyendo una amistad. De repente todo cambio. Ha empezado a esforzarse por ser mejor, a reflexionar sobre qué es el amor y que tipo de esposa quiere tener. Ha llegado a la conclusión de que preferiría una esposa que no haya mantenido relaciones sexuales con otros hombres. Cuando se cambió la visión del mundo de este joven, dejo de interesarle cualquier felicidad pasajera. Está tomando otras elecciones en la vida, está buscando una mujer con la cual crear un vínculo duradero, una que no le vaya a traicionar. Exactamente igual piensan las mujeres.

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